lunes, 28 de agosto de 2017



El Poder de la Imaginación.
Dos hombres, ambos enfermos de gravedad, compartían el mismo cuarto semi privado del hospital.
A uno de ellos se le permitía sentarse durante una hora en la tarde, para drenar el líquido de sus pulmones. Su cama estaba al lado de la única ventana de la habitación. El otro tenía que permanecer acostado de espalda todo el tiempo. Conversaban incesantemente todo el día y todos los días hablaban de sus esposas y familias, sus hogares, empleos, experiencias y sitios visitados durante sus vacaciones.
Todas las tardes cuando el compañero ubicado al lado de la ventana se sentaba, se pasaba el tiempo relatándole a su compañero de cuarto lo que veía por la ventana. Con el correr del tiempo, el compañero acostado de espalda que no podía asomarse por la ventana, se desvivía por esos periodos de una hora durante la cual se deleitaba con los relatos de las actividades y colores del mundo exterior.
La ventana daba a un parque con un bello lago. Los patos y cisnes se deslizaban por el agua, mientras los niños jugaban con sus botecitos a la orilla del lago. Los enamorados se paseaban de la mano entre las flores multicolores en un paisaje con arboles majestuosos, y en la distancia una bella vista de la ciudad.
A medida que el señor que estaba cerca de la ventana describía todo esto con detalles exquisitos, su compañero cerraba los ojos e imaginaba un cuadro pintoresco. Una tarde le describió un desfile que pasaba por el hospital y aunque él no pudo escuchar la banda, lo pudo ver a través  del ojo de la mente, mientras su compañero se lo describía.
Pasaron los días y las semanas y una mañana, la enfermera que entró al cuarto para el aseo matutino, se encontró con el cuerpo sin vida del señor cerca de la ventana, quien había expirado tranquilamente durante su sueño. Con tristeza avisó para que trasladaran el cuerpo.
Al día siguiente, el otro señor pidió, con mucha tristeza, que lo trasladaran cerca de la ventana. A la enfermera le agrado hacer el cambio y luego de asegurarse de que estaba cómodo, lo dejo solo. El señor con mucho esfuerzo y dolor se apoyo en un codo para poder mirar el mundo exterior por primera vez  después de mucho tiempo. Finalmente tendría la alegría de verlo por sí mismo. Se esforzó para asomarse por la ventana y lo que vio fue la pared del edificio de al lado.
Confundido y entristecido, le pregunto a la enfermera que sería lo que ánimo a su difunto compañero a describir tantas cosas  maravillosas fuera de la ventana.
La enfermera le respondió que el señor era ciego y no podía ni ver la pared de enfrente. Y agregó: “quizás solamente deseaba animarlo a usted”.


Epilogo: existe una inmensa alegría en poder alegrar a otros. La aflicción compartida disminuye la tristeza, pero cuando la alegría es compartida, se duplica. Si deseas sentirte prospero, basta con contar aquello que posees y que no se puede comprar con el dinero.